Hace unos días, me dí cuenta que en varias conversaciones propias y ajenas salía la palabra “profundizar”. Me pareció curioso, porque en todas les precedía otras como “miedo”, “evitar”, “pereza”, “prisa”…
Y claro, sé que no es nada nuevo escucharlo o verlo padecer, aunque con las teclas delante, he ido juntando algunas ideas que me parecen interesantes desgranar por pura curiosidad. Profundizar, comienza con eso, tener curiosidad.
La curiosidad eso sí, la mata la prisa y la pereza, muy contagiosa en estos años recientes. Y es justo lo que me llama la atención, como en parte de mi entorno cercano, se extiende poco a poco.
Prisa y pereza, son malas compañías para profundizar
Los matices, suponen demasiado esfuerzo (Victoria Camps, 2016) si lo que se tiene es, prisa o pereza. No todo es blanco o negro. Hay una amplia gama de grises que permiten tener una visión más profunda y amplia de un tema o situación.
De un tiempo a esta parte, digamos ¿10 años? veo que la prisa invade casi todo. Y aunque “hacerlo deprisa” no es lo mismo que “hacerlo rápido” —y bien— en el afán de parecer ágil, no se profundiza.
Digamos que, se puede correr y observar el paisaje, no sólo el camino.
Últimamente, veo como revolotea la pereza sobre algunos jóvenes que conozco. Ya me siento parte de los adultos que llevan con esta cantinela desde hace 2000 años. No veo ganas de buscar o filtrar información en internet, preguntar… no digamos coger un libro, nada. Sobre todo si se trata de temas profesionales o prácticos.
Parece que cuánto más hay que buscar, más pereza da.
Profundizar a mi parecer, es un trabajo en sí mismo. Lleva lo suyo. Amerita separar el grano de la paja, aplicar pensamiento crítico y analizar. Es meterse en las tripas de algo. Me parece que ayuda a la madurez intelectual/emocional y tomar decisiones desde una perspectiva individual.
Equilibro, es el punto
Aunque por otro lado, puede resultar agotador, ir de intensito por la vida queriendo profundizar en todo. No es recomendable hacer una tesis doctoral de cada hecho mundano que nos pase por delante. Lo sabio y sano, es el equilibrio.
Esto lo cuenta muy bien Sarah Bakewell (2011) cuando habla del filósofo Michel de Montaigne, que ensalzaba lo bello que era para él, deslizarse sobre la superficie de la vida, aunque al mismo tiempo como escritor, trabajó incansable el arte de sumergirse en las profundidades de lo cotidiano. «Medito sobre cualquier satisfacción», decía. «No la sobrevuelo, sino que la sondeo.»
Diferenciemos: profundizar no es rayarse. Eso, es dar vueltas sobre lo mismo una y otra vez, más si te trata de los sentimientos.
Vayamos corazón adentro
Para mí, profundizar también es, escucharme. Detenerme un momento y decirme: ¿todo bien?.
A veces lo que encuentro después de la pregunta, no es un “todo bien, gracias” con voz simpaticona. Profundizar en los sentimientos propios es jodido a veces, pero oportuno siempre.
En esta sociedad occidental donde tenemos eufemismos para todo y más para lo emocional, profundizar y ponerle nombre claro y llano a las emociones, es más que necesario y diría yo, un ejercicio casi diario al que veo, le ponemos todo tipo de excusas.
El autoconcepto nacido desde la verdad —la que sea que se tenga— y, descubierto gracias a profundizar, te da libertad emocional. Nadie se curte a base de sobarse.
Se dice, que quien se mira al espejo descubre su verdad oculta, y sabemos que quien enfrenta dos espejos, crea un túnel infinito.
Profundizar podría ser eso, crear un túnel infinito que invita a un viaje, tan adentro y tan largo como se desee.
Foto destacada: Espejo infinito en ACID Bakehouse, Madrid
Profundizar es, en esencia, detenerse, observar, comprender. Dicho de otra forma, dejar de mirar la hora y dar a cada momento su tiempo, espacio, lugar. Quien no tiene tiempo para nada, es que no tiene nada.
Absolutamente de acuerdo y además, en la forma tan clara que lo dices. Caballero, gracias por visitar mi morada.