Soy de pocos amigos.
De amigos de verdad.
En mi vida he tenido muy pocos amigos. A los que les he pedido mucho de sí mismos. Paciencia, la mayor parte de las veces.
Tengo pocos amigos. Y estoy orgulloso de ello.
Estos amigos tienen su ciclo: van, vienen, vuelven, se quedan, se van.
Algunos pocos resisten a irse aunque les muestre poco interés.
Todavía me pregunto porqué se quedan.
…
Me gusta que entre amigos haya espacio para vivir.
Sigo sin identificarme con eso de ‘cenitas de fin de semana’ —todas las semanas— o la ‘cerveza del viernes’, todos los viernes. Doy gracias a esos que llamo mis amigos, por no tener esas costumbres.
Mis amigos me leen, más allá de lo que yo mismo me leo. Y saben, mis ‘cuándo’. No lo digo yo, ellos me lo han demostrado.
Mis amigos de verdad cambian, mutan, mejoran y se transforman.
Viven sus vidas y como Gorillaz, siempre vuelven de una batalla. Te la cuentan y siguen su camino.
Aprendo —también— cuando ellos aprenden.
Mis amigos saben que les escucho. De dentro hacia afuera.
Les pongo orejas y corazón y por eso, les propongo retos ante su vida y sus cosas, porque también, son retos míos. Vamos juntos.
Por eso estoy y estaré.
Para retar mi impaciencia. Para abrirme a su vida. Porque me importan.
Mis amigos de cada momento de mi vida vivida, me han abierto al mundo.
Han sido mi familia y me han reconstruido.
Porque del círculo familiar del que salí, necesitaba cambiar piezas, mejorar los engranajes del corazón y descubrir otra forma de expresar mis sentimientos hacia las personas…
También a esos, que llamo mis amigos.
Mis amigos, a todos, les estoy agradecido por lo vivido y lo que estamos viviendo juntos.
Aunque muchos se hayan ido.
Aunque yo me vaya.
Porque lo que importa es que a nosotros se están uniendo más…
que sin saberlo, más que familia, son amigos.